jueves, 27 de marzo de 2014

Prólogo de Víctor Conde para La Galería de Espejos



Víctor Conde, ganador de Premio Minotauro 2010, tuvo el detalle de escribir el prólogo para  La Galería de Espejos. 

Aquí lo tenéis:






Una vez alguien me dijo que uno, para ser escritor, tenía que ser necesariamente viejo. Que los jóvenes no podrían ser jamás buenos escritores porque les faltan las canas, la experiencia del haber vivido, las alforjas de experiencias vitales llenas de cosas que contar.

         En aquel momento pensé en qué anticuado estaba ese pensamiento hoy en día, y cómo reflejaba una manera de entender las cosas (y la literatura) que ya huele a naftalina.

         No estoy en absoluto de acuerdo con ese tipos de clichés. Sí, por supuesto que oirán muchas veces de boca de escritores y escritoras de cierta edad que esa variable, la edad, es condición sine qua non para poder sentarse delante de una máquina de escribir (o de su versión moderna, el libre-office) y hacerlo bien.

         Pero eso lo dicen ellos porque son viejos. Porque de todos los clichés anticuados que se acumulan en los pantanosos cenagales de la literatura, ese es uno de los que más me huelen a momia egipcia.

 

         No hace falta ser canoso para escribir bien. Ni tener necesariamente llenas las alforjas de la vida para poder recurrir a hechos, a escenas experimentadas, a recuerdos difusos, para poder construir nuestra ficción. Quítenselo de la cabeza. De escritores jóvenes y exitosos está llena la historia del siglo XX, y no me remito sólo a las nuevas generaciones (que luchan por hacerse un hueco entre tanto cliché), sino a gente como Camilo José Cela, por ejemplo, que con sólo veintidós imberbes añitos rubricó su primer poemario. O a Antonio Gala, que con veintinueve ya le había cogido el gusto a aquello de emborronar los papeles correctores de las viejas Triumph.

         Las actuales generaciones de escritores también vienen pisando fuerte, a poco de rebasar los veinte años. Sus cabezas hierven de actividad. Tienen una imaginación desbocada que se ha alimentado de infinidad de cuentos, libros y películas, y que busca desesperadamente un cauce por donde salir, unas paredes que contengan su furia y la descarguen allá donde sea más útil, es decir, dándose de bruces contra la pared blanca de un folio.

         Son gente que puede que no tenga las alforjas de experiencias propias muy llenas, pero que ha nacido y crecido en una sociedad de la información donde el flujo de datos es constante e interminable. Una sociedad donde un niño de diez años ya ha asimilado más bits (no todos ellos verdaderos, ni siquiera útiles) que su abuelo durante toda su vida. Una sociedad donde hay tanta información libre flotando en la nube, tantísima, que el problema ya no es obtenerla, como pasaba en siglos anteriores, sino filtrarla. Protegerse de ella. Discriminar el grano de la paja para que el intenso flujo de bits no te aplaste ni te llene la cabeza de datos inútiles.

         En esta sociedad es en la que ha nacido Gloria, la escritora que os abre una ventana a su mente y a su corazón con el presente volumen. Y es para mí un placer no sólo haber leído sus trabajos y haber echado un somero vistazo a través de esa barroca ventana, sino tener la oportunidad de prologarlos.

         Gloria es una escritora de sueños. No de literatura fantástica, sino de sueños en general. No debería poder describirse con tanta facilidad aquello de lo que es capaz la imaginación humana, porque una descripción simple inevitablemente conlleva una simple definición, y ésta un encorsetamiento. La reducción a un mínimo común divisor de etiquetas comerciales y de estantes prefijados en librerías.

         No, Gloria es una escritora que se evade cuando escribe (igual que hacemos todos, incluyendo a los canosos), y en aras de ese ejército negro de letras impresas nos lleva a mundos tan, pero tan lejanos, que sólo existen en su imaginación. Y cuando un autor hace eso, y además lo hace bien, es un privilegio para nosotros, los lectores que nos recostamos en esas alas, el dejarnos llevar. Dejarnos arrastrar por la corriente y escuchar unas historias donde quizás se nos hable de tiendas misteriosas en países exóticos, de dragones y caballeros, de enigmas que puede que toquen más el corazón que la mente, o de paisajes que pueden recordarnos a esas verdes campiñas irlandesas que la propia Gloria ha visitado, y que ha almacenado como diamantes de recuerdos en su alma (las alforjas empiezan a pesar, ¿verdad, Gloria?)


         Conocí a Gloria en la HispaCon de 2011, un encuentro literario de escritores y editores de género fantástico. Me sorprendió encontrar a una paisana (Gloria es canaria, igual que yo, aunque nacimos en islas diferentes) que no sólo era joven y entusiasta, sino que encima, para colmo de males, practicaba con pasión el género de nuestras entretelas. Por fin hay un destello de esperanza para este país tan atrasado, pensé sin pudor, al constatar que hay nueva savia capaz de formar una nueva generación de soñadores en España. Gente que, siguiendo la estela de pioneros de generaciones anteriores como Rafael Marín o Ángel Torres Quesada, no desprecien el género por antonomasia del siglo XXI, la Fantasía, sino que se sumerjan en él en busca de diamantes sin mácula.

         Conocer a Gloria me dio esperanza, y me hinchó el corazón de alegría, porque significa que la Fantasía se abre camino para ayudarnos a soñar y hacer de este triste mundo uno más feliz, y no sólo desde la perspectiva de las letras. No, porque el presente volumen tiene un enorme valor añadido: A la magia de la prosa de la literata, se suma la maestría del pincel de muchos jóvenes maestros que se han sumado a la aventura, glosando con luz y color las evocadoras imágenes que transmiten los textos.

         Es una gozada ir avanzando páginas e irse perdiendo en las interpretaciones que estos dibujantes han hecho de los cuentos. Yo tengo mis favoritos, pero me los callaré para no influenciar  desde esta temprana tribuna a quienes aún deben aventurarse por los laberintos de los cuentos. Pero diré que todos me han gustado, muchísimo, y que el poder de la imagen (como viene siendo tónica habitual en este mundo tan audiovisual) no resta en ningún modo fuerza a los cuentos, sino que los potencia, llevándolos a una dimensión superior. 


         Sí, es posible que la versión que hace el autor del cuadro de las líneas del cuento no sea exactamente la que nosotros hemos imaginado, pero ahí precisamente es donde estriba la magia de la pintura: son otras ventanas, otros caminos, hacia el alma de otros creadores. Y nosotros, como siempre, para poder disfrutarlo plenamente, nos dejamos llevar y llevar y llevar...

         En fin, que lo vais a disfrutar, os lo garantizo. Es un viaje portentoso el que os espera. Asomaos bien a las ventanas al alma de esta escritora, y preparaos, porque veréis cosas sorprendentes.