Víctor Conde, ganador de Premio Minotauro 2010, tuvo el detalle de escribir el prólogo para La Galería de Espejos.
Aquí lo tenéis:
Una vez alguien me dijo que uno,
para ser escritor, tenía que ser necesariamente viejo. Que los jóvenes no
podrían ser jamás buenos escritores porque les faltan las canas, la experiencia
del haber vivido, las alforjas de experiencias vitales llenas de cosas que
contar.
En
aquel momento pensé en qué anticuado estaba ese pensamiento hoy en día, y cómo
reflejaba una manera de entender las cosas (y la literatura) que ya huele a
naftalina.
No
estoy en absoluto de acuerdo con ese tipos de clichés. Sí, por supuesto que
oirán muchas veces de boca de escritores y escritoras de cierta edad que esa
variable, la edad, es condición sine qua non para poder sentarse delante
de una máquina de escribir (o de su versión moderna, el libre-office) y hacerlo
bien.
Pero
eso lo dicen ellos porque son viejos. Porque de todos los clichés anticuados
que se acumulan en los pantanosos cenagales de la literatura, ese es uno de los
que más me huelen a momia egipcia.
No
hace falta ser canoso para escribir bien. Ni tener necesariamente llenas las
alforjas de la vida para poder recurrir a hechos, a escenas experimentadas, a
recuerdos difusos, para poder construir nuestra ficción. Quítenselo de la
cabeza. De escritores jóvenes y exitosos está llena la historia del siglo XX, y
no me remito sólo a las nuevas generaciones (que luchan por hacerse un hueco
entre tanto cliché), sino a gente como Camilo José Cela, por ejemplo, que con
sólo veintidós imberbes añitos rubricó su primer poemario. O a Antonio Gala,
que con veintinueve ya le había cogido el gusto a aquello de emborronar los
papeles correctores de las viejas Triumph.
Las
actuales generaciones de escritores también vienen pisando fuerte, a poco de
rebasar los veinte años. Sus cabezas hierven de actividad. Tienen una
imaginación desbocada que se ha alimentado de infinidad de cuentos, libros y
películas, y que busca desesperadamente un cauce por donde salir, unas paredes
que contengan su furia y la descarguen allá donde sea más útil, es decir,
dándose de bruces contra la pared blanca de un folio.
Son
gente que puede que no tenga las alforjas de experiencias propias muy llenas,
pero que ha nacido y crecido en una sociedad de la información donde el flujo
de datos es constante e interminable. Una sociedad donde un niño de diez años
ya ha asimilado más bits (no todos ellos verdaderos, ni siquiera útiles) que su
abuelo durante toda su vida. Una sociedad donde hay tanta información libre
flotando en la nube, tantísima, que el problema ya no es obtenerla, como pasaba
en siglos anteriores, sino filtrarla. Protegerse de ella. Discriminar el grano
de la paja para que el intenso flujo de bits no te aplaste ni te llene la
cabeza de datos inútiles.
En
esta sociedad es en la que ha nacido Gloria, la escritora que os abre una
ventana a su mente y a su corazón con el presente volumen. Y es para mí un
placer no sólo haber leído sus trabajos y haber echado un somero vistazo a
través de esa barroca ventana, sino tener la oportunidad de prologarlos.
Gloria es una escritora de sueños. No de literatura fantástica, sino de sueños en
general. No debería poder describirse con tanta facilidad aquello de lo que es
capaz la imaginación humana, porque una descripción simple inevitablemente
conlleva una simple definición, y ésta un encorsetamiento. La reducción a un
mínimo común divisor de etiquetas comerciales y de estantes prefijados en
librerías.
No,
Gloria es una escritora que se evade cuando escribe (igual que hacemos todos,
incluyendo a los canosos), y en aras de ese ejército negro de letras impresas
nos lleva a mundos tan, pero tan lejanos, que sólo existen en su imaginación. Y
cuando un autor hace eso, y además lo hace bien, es un privilegio para
nosotros, los lectores que nos recostamos en esas alas, el dejarnos llevar.
Dejarnos arrastrar por la corriente y escuchar unas historias donde quizás se
nos hable de tiendas misteriosas en países exóticos, de dragones y caballeros,
de enigmas que puede que toquen más el corazón que la mente, o de paisajes que
pueden recordarnos a esas verdes campiñas irlandesas que la propia Gloria ha
visitado, y que ha almacenado como diamantes de recuerdos en su alma (las
alforjas empiezan a pesar, ¿verdad, Gloria?)
Conocí
a Gloria en la HispaCon de 2011, un encuentro literario de escritores y
editores de género fantástico. Me sorprendió encontrar a una paisana (Gloria es
canaria, igual que yo, aunque nacimos en islas diferentes) que no sólo era
joven y entusiasta, sino que encima, para colmo de males, practicaba con pasión
el género de nuestras entretelas. Por fin hay un destello de esperanza para
este país tan atrasado, pensé sin pudor, al constatar que hay nueva savia
capaz de formar una nueva generación de soñadores en España. Gente que,
siguiendo la estela de pioneros de generaciones anteriores como Rafael Marín o
Ángel Torres Quesada, no desprecien el género por antonomasia del siglo XXI, la
Fantasía, sino que se sumerjan en él en busca de diamantes sin mácula.
Conocer
a Gloria me dio esperanza, y me hinchó el corazón de alegría, porque significa
que la Fantasía se abre camino para ayudarnos a soñar y hacer de este triste
mundo uno más feliz, y no sólo desde la perspectiva de las letras. No, porque
el presente volumen tiene un enorme valor añadido: A la magia de la prosa de la
literata, se suma la maestría del pincel de muchos jóvenes maestros que se han
sumado a la aventura, glosando con luz y color las evocadoras imágenes que
transmiten los textos.
Es
una gozada ir avanzando páginas e irse perdiendo en las interpretaciones que
estos dibujantes han hecho de los cuentos. Yo tengo mis favoritos, pero me los
callaré para no influenciar desde esta
temprana tribuna a quienes aún deben aventurarse por los laberintos de los
cuentos. Pero diré que todos me han gustado, muchísimo, y que el poder de la
imagen (como viene siendo tónica habitual en este mundo tan audiovisual) no
resta en ningún modo fuerza a los cuentos, sino que los potencia, llevándolos a
una dimensión superior.
Sí,
es posible que la versión que hace el autor del cuadro de las líneas del cuento
no sea exactamente la que nosotros hemos imaginado, pero ahí precisamente es
donde estriba la magia de la pintura: son otras ventanas, otros caminos, hacia
el alma de otros creadores. Y nosotros, como siempre, para poder disfrutarlo
plenamente, nos dejamos llevar y llevar y llevar...
En
fin, que lo vais a disfrutar, os lo garantizo. Es un viaje portentoso el que os
espera. Asomaos bien a las ventanas al alma de esta escritora, y preparaos,
porque veréis cosas sorprendentes.
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